Del 25 de marzo al 16 de junio de 2019

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta hasta el 16 de junio de 2019 una selección de diez obras procedentes del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Las piezas se integran con las obras de la colección permanente, por coincidencias temáticas o temporales, siguiendo un itinerario que recorre las salas de la segunda planta. 

Así, una talla de San Marcos (1501-1525), atribuida a Felipe Bigarny, dialoga con la pintura dedicada al mismo santo del alemán Gabriel Mälesskircher; frente a un tondo del maestro manierista Beccafumi, se expone laSagrada Familia con san Juanito (hacia 1535), altorrelieve atribuido a Gabriel Joly, cuyas líneas curvas delatan que también fue concebido como un tondo; un busto anónimo del Emperador Carlos V de joven (hacia 1520) lo hace junto al retrato del mismo que pintó Lucas Cranach el Viejo, o la imagen de San Antonio de Padua (hacia 1560-1575), de Juan de Juni, acompaña temporalmente a La Virgen y el Niño con santa Rosa de Viterbo, de Murillo, perteneciente a la colección del museo. 

«EL HOMBRE QUE CAMINA«

Autor: Franck Maubert

Editorial Acantilado, 142 pag

Franck Maubert, novelista y crítico de arte nos deleita con un sorprendente y maravilloso ensayo sobre una de las esculturas más célebres y celebradas de la historia , el fascinante «Hombre que camina» del escultor suizo Alberto Giacometti, (1901-1966)una dela grandes figuras del arte moderno, precursor de la vanguardia y artista que a su vez, recogió la gran  tradición escultórica de los maestros del Renacimiento y del gran Auguste Rodin. Inspirándose en estatuillas egipcias y etruscas, Giacometti logró plasmar escultóricamente en 1947 con su primer molde de «El hombre que camina» todos los ideales y preocupaciones filosófico- estéticas del existencialismo del Paris de la posguerra.¿Hacia dónde camina este ser humano, solitario y sufriente?

Esta escultura, como nos desvela Maubert, fue el fruto de numerosos años de observación y reflexión por parte de Giacometti, artista moderno , vanguardista pero no rompedor, sino profundamente original, a partir de la tradicion escultorica. Y esta famosa escultura, la más cotizada actualmente, es mucho más que una escultura , es un autentico tratado filosófico, un interrogante, o incluso un tratactus. Qué es el ser, de dónde viene, adónde va.

Este breve ensayo magníficamente escrito, resulta enormente ameno y divulgativo, al darnos un panóramica de la compleja personalidad, la vida y la obra de uno de los mayores artistas del siglo XX, Alberto Giacometti, con singular objetividad y grandes dosis de ternura, sin caer nunca en lo hagiográfico. Magnifica traducción de Nuria Pétit. Otra joya de Acantilado , muy recomendable en general y totalmente imprescindible para los amantes de eso bello y fascinante arte del volumen, la escultura.

LUIS AGIUS

Luis Agius

Notas de color. Ciclo musical dirigido por Paula Coronas

  • Ciclo de conciertos en el Patio del Museo sobre la Colección permanente.
  • Fechas y horario:22 de marzo, 28 de marzo y 4 de abril de 2019
    20.30h

El ciclo tiene como eje vertebrador las afinidades entre la colección permanente del Museo y la música, estableciendo vínculos e influencias entre dos disciplinas artísticas diferentes pero que comparten un mismo contexto temporal. Asimismo, el ciclo se plantea como un sugerente juego sinestésico, que conecta el ritmo de las pinceladas de la pintura con los colores de la música.

22 marzo / Pintura y música
Soledad Vidal (soprano)
Aurelio Viribay (piano)

Una velada lírica que incluye tanto canciones de concierto españolas como romanzas de zarzuela, cuyos compositores y estilos están vinculados cronológicamente a la colección permanente del Museo. El programa del concierto, interpretado por el dúo formado por Soledad Vidal (soprano) y Aurelio Viribay (piano), es una delicia sonora que busca la cercanía entre pintura y música, «lienzos musicales» formados por las obras de Obradors, Francisco Alonso, Chapí, Ernesto Halffter, Arrieta, Rodrigo, Mompou o Moreno Torroba.

28 marzo / Eduardo Ocón: Romanticismo y raíces malagueñas
Paula Coronas (piano)

El programa que exhibe este concierto de piano a cargo de Paula Coronas es un homenaje a la figura del músico malagueño Eduardo Ocón en toda su extensión. Dividido en dos bloques, el recital se centra en dos aspectos fundamentales de su arte: el romanticismo y la esencia de sus raíces malagueñas. Además, el público podrá visualizar durante el concierto una serie de imágenes de obras de la Colección Carmen Thyssen realizadas por Emilio Ocón, hermano del compositor.

4 abril / Naturaleza, emoción, recuerdo
Luis Agius (piano)

Finaliza el ciclo con un recital de piano a cargo del compositor y escritor Luis Agius con la obra de Sorolla como telón de fondo. En un programa en el que intercala su propia obra con el repertorio de Enrique Granados, propone una identificación entre la luz, la gama cromática de los cuadros, la melodía y la armonía musical. Las composiciones de Agius tratan de captar la atmósfera y la luz de Sorolla, así como el intimismo, romanticismo y delicadeza del piano que legó el maestro Enrique Granados.

  • Lugar:Patio del Museo
  • Precio:12 € Concierto (9 € Amigos del Museo)
    30 € Abono (24 € Amigos del Museo)Entradas ya disponibles en la Taquilla del Museo.
  • Participantes:Público general

Mujeres artistas de la vanguardia rusa

Del 1 de marzo al 16 de junio de 2019

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta el montaje especial Pioneras. Mujeres artistas de la vanguardia rusa que, del 1 de marzo al 16 de junio de 2019, reúne en la sala 43 una selección de 12 obras de las colecciones del museo de Natalia Goncharova, Alexandra Exter, Olga Rózanova, Nadeshda Udaltsova, Liubov Popova, Varvara Stepanova y Sonia Delaunay, además de textos, biografías y fotografías. Todas ellas crecieron y se formaron en un régimen que se aferraba a los valores de la época preindustrial y, sin embargo, se convirtieron en pioneras de la creación, difusión y defensa de los nuevos lenguajes artísticos que fascinaron y escandalizaron a partes iguales a la sociedad rusa y europea de comienzos del siglo XX.

Balthus

Del 19 de febrero al 26 de mayo de 2019

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza 

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta en sus salas una exposición retrospectiva del artista francés Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), conocido como Balthus, organizada conjuntamente con la Fondation Beyeler en Riehen/Basilea, donde ha podido visitarse hasta enero de 2019, y con el generoso apoyo de la familia del pintor.

Considerado uno de los grandes maestros del arte del siglo XX, Balthus es sin duda también uno de los pintores más singulares de su tiempo. Su obra, diversa y ambigua y tan admirada como rechazada, siguió un camino virtualmente contrario al desarrollo de las vanguardias. El propio artista señaló explícitamente algunas de sus influencias en la tradición histórico-artística, de Piero della Francesca a Caravaggio, Poussin, Géricault o Courbet. En un análisis más detenido, se observan también referencias a movimientos más modernos, como la Nueva Objetividad, así como de los recursos de las ilustraciones populares de libros infantiles del siglo XIX, como Alicia en el País de las Maravillas. En su desapego de la modernidad, que podría calificarse de ‘posmoderno’, Balthus desarrolló un estilo figurativo personal y único, alejado de cualquier etiqueta.

Comisariada por Raphaël Bouvier, Michiko Kono y Juan Ángel López-Manzanares, la exposición, primera monográfica que se presenta en España en más de veinte años, reúne 47 obras, en su mayoría pinturas de gran formato, que cubren todas las etapas de su carrera desde la década de 1920. La selección incluye algunas de sus obras más importantes como La calle (1933), que se verá en España por primera vez,  La toilette de Cathy (1933), Los hermanos Blanchard (1937), o Thérèse y Thérèse soñando, ambas de 1938 y magníficos ejemplos de sus polémicos retratos de jóvenes adolescentes.

Desde el 11 de febrero, El martirio de san Andrés (c.1638-1639), de Peter Paul Rubens, estará en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza como “obra invitada”, colgado en el hall central del Palacio de Villahermosa. Este óleo sobre lienzo fue encargado para el altar mayor de la iglesia del antiguo Hospital de San Andrés de los Flamencos, origen de la actual Fundación Carlos de Amberes, por Jan van Vucht, un flamenco representante de la imprenta Plantin-Moretus de Amberes que residía en Madrid.

La obra ha permanecido en poder de la Diputación del Hospital de San Andrés desde que Jan Vucht lo donase a su muerte en 1639. En el siglo XIX, pasó temporadas en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial y en la Real Fábrica de Tapices. A lo largo del siglo XX, el lienzo fue objeto de intentos de venta y de compra, sobrevivió a la Guerra Civil y estuvo en el Museo del Prado hasta 1989. Desde 1992, está en la Fundación Carlos de Amberes.

Se trata de una obra maestra de la última época del artista y en ella se aprecian las características propias de su estilo, particularmente, su excepcional composición, las expresiones y los gestos de los personajes, el exquisito dinamismo barroco y la asombrosa claridad narrativa. Rubens da rienda suelta a la paleta de color con pinceladas libres claramente influenciado por Tiziano. Destaca asimismo el marco original, –realizado según los dictados del artista– y encargado a Abraham Lers y Julien Beyma, ambos al servicio de Felipe IV. En cuanto a la iconografía, el pintor recoge el momento en el que Egeas, procónsul de la provincia romana de Acaya, encarceló y colgó de la cruz a san Andrés tras enterarse de la conversión al cristianismo de gran parte de la población de Acaya, entre ellos, su mujer. Durante su martirio nunca dejó de predicar y la multitud no tardó en amotinarse contra Egeas, quien trató entonces de liberar a Andrés, pero este se negó.

El martirio de san Andrés se une en el Museo Thyssen a otros cuadros del maestro holandés pertenecientes a la colección Thyssen-Bornemisza, como son La ceguera de Sansón, Venus y Cupido, Retrato de una joven dama con rosario y La Virgen con el Niño, santa Isabel y san Juan Bautista.

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EXPOSICION “BECKMANN, figuras del exilio”

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid

Hasta el 27 de Enero de 2019

 

BECKMANN O LA LUCHA CONTRA LA ADVERSIDAD

Extraordinaria retrospectiva dedicada gran pintor alemán Max Beckmann (1884-1950), uno de los puntales estéticos de las vanguardias centroeuropeas la que podemos contemplar en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid, cuya trayectoria vital estuvo marcada por las difíciles circunstancias de la Alemania de entreguerras.En efecto, Beckmann, que pudo pintar con total libertad durante la República de Weimar, pasó a convertirse , como otros tantos artistas de vanguardia alemanes, casi un proscrito, al ser considerado por el nazismos como un “artista degenerado”.Beckmann,  que no escapó inmediatamente de Alemania sino que se oculto en Berlín hasta finales de los años 30, pasó a exiliarse a Holanda, que fue invadida en 1940 por la Alemania hitleriana. Beckmann prosiguió así su calvario personal, pero a favor suyo puede decirse que jamás cesó de pintar en una denodada lucha para mantenerse erguido y “libre” como hombre y como artista, si bien los años de la ocupación alemana en Holanda fueron particularmente duros.Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Max Beckmann volvió a exiliarse a Nueva York, donde continuó pintando.A lo largo de esta completísima y variada exposición asistimos a la evolución de su obra y estilo pictóricos, obra que fue ensombreciéndose en su colorista estilo por su convulsa y amarga experiencia vital.Esta evolución se nos presenta perfectamente documentada, dividida por etapas temáticas: un pintor en una Alemania confusa, figuras del exilio, el principio, máscaras, Babilonia eléctrica, el largo adiós y el mar.En definitiva, una excelente exposición dedicada a un artista de gran poder creativo, cuya estética podrá gustar más o menos al observador, pero que indudablemente no nos deja  nunca indiferentes y nos muestra a un pintor sólido y muy representativo del expresionismo y de las vanguardias europeas del siglo XX.Muy recomendable.

LUIS AGIUS

 

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Contemplar un Vermeer es escuchar la música del silencio. La luz, el color, la perspectiva, el “aire” de sus lienzos, que representan casi siempre escenas domésticas, privadas e íntimas, invitan al observador a la contemplación silenciosa y le animan a querer penetrar en el cuadro para disfrutar de la serenidad que transmite y, también, por qué no, a la meditación y al retorno a un remoto pasado. Sin embargo, pese a este silencio pictórico en que lo musical parece no tener lugar para el espectador, la música no le es ajena al gran pintor de Delft, uno de los más grandes maestros del primer Barroco.
En efecto, Johannes (Jan) Vermeer (1632-1675) hombre reservado, católico rodeado de protestantes, hijo de un marchante de cuadros y uno de los pintores más sutiles en el manejo de la luz (con el consabido uso de la “cámara oscura”) y el color (en suaves tonalidades cálidas o frías) y poseedor de una calculadísima técnica de diminutas pinceladas, fue un gran amante de la música. De esta afirmación tenemos una prueba razonable en que de sus escasos y magníficos 35 lienzos catalogados, alrededor de más de un tercio, entre los que destacan La clase de música interrumpida (1660-61), Mujer de pié tocando un virginal, El concierto (1665-66), La clase de música, Mujer sentada tocando el virginal (1673), Mujer con guitarra (1672) y Mujer tocando el laúd junto a la ventana (1664), presentan motivos musicales inequívocos, generalmente estáticas figuras femeninas en interiores domésticos: lecciones de canto, personajes que tocan en un consort camerístico, toda una amplia gama de instrumentos de cuerda (laúd, viola da gamba, una primitiva ”guitarra”…) y tecla (virginal) y un único de viento-madera (una flauta barroca “a bec”) y un sorprendente “trombón” natural en el cuadro El arte de la pintura.

La Música, por tanto, está físicamente representada en la obra pictórica de Vermeer como un elemento más del tranquilo discurrir de los días en el siglo XVII y, sin embargo, extrañamente no está representada pictóricamente ni como una alegoría festiva o simbólica protagonista del cuadro, ni se le rinde homenaje, se la ensalza o es metáfora de un “algo más” oculto, como era por otro lado natural en otros grandes maestros del pasado o de la época (Tiziano, Caravaggio, Poussin, Rembrandt).

Los elementos y las escenas musicales que representa y los instrumentos que dibuja son para Vermeer un mero pre- texto para mostrarnos la serena y recoleta vida de su tiempo en los Países Bajos, una época y una sociedad volcada en lo íntimo, lo privado, incluso lo secreto (sociedad que, por cierto, la ambición belicista del arrogante y despótico Luis XIV rompió en mil pedazos con una brutal invasión militar de Holanda, que supuso el comienzo de la ruina económica de Vermeer hasta el final de sus días).
En todo caso, parece evidente que los personajes que Vermeer pinta parecen obligados a recluirse o aislarse en sus acogedoras casas holandesas (rodeadas de porcelanas, tapices, cuadros e instrumentos musicales), que aparecen en los lienzos del gran maestro como espacios “de silencio”. Esos personajes que practican o cultivan la música en lo íntimo de su hogar lo hacen “en silencio”, tocan música que no es audible por supuesto, pero ni siquiera imaginable para el espectador. No hay, pues, sinestesia, ni imagen mental sonora. Lo que nos llega es una admirable paz, una atmósfera íntima y solo tiempo después de haber aban- donado la contemplación de estos lienzos, una pavana de Sweelinck o quizá las Variaciones Goldberg de Bach (muy posteriores a Vermeer), pueden surgir de la visión de un cuadro del gran pintor holandés.

Al mirar un Vermeer, no escuchamos la música de Sweelinck, ni la de Cornelis Schuyt, Buns, van Noordt ni una pavana de Dowland o quizá algún madrigaletti de Rossi. Por contra, contemplar un Vermeer nos aporta un eterno presente silencioso, incluso cuando vemos en uno de sus más originales y “modernos” cuadros a una mujer siem- pre elegantemente ataviada y enjoyada, que afina su laúd a media luz; o mejor entre la sombra y la luz, a punto de ofrecernos una delicada y melancólica tonada que nunca llegará a nuestros oídos y a la par, ofreciéndonos eterna- mente una delicada y silenciosa escena, captada a hurtadillas.
Nunca en la historia de la pintura un pintor tan melómano como podemos suponer que fue Vermeer, por su soberana sensibilidad artística, rindió tan gran tributo al silencio en su pintura, rindiéndolo a la vez a la música. Así, para nuestra sorpresa, en la tapa de uno de sus extraordinarios virginales, detalladamente pintados, puede leerse en latín (convenientemente ampliada) esta inscripción: “La Música es compañera de la alegría y bálsamo contra el dolor”. Nunca el silencio ha sido, gracias a un pintor, tan sencillo de escuchar.