La prestigiosa agrupación sinfónica ofrecerá dos conciertos en el Auditorio Nacional de Música de Madrid el 16 y 17 de octubre

La orquesta más antigua de Londres y una de las más prestigiosas del mundo abrirá la temporada de Ibermúsica el 16 de octubre en el Audiorio Nacional de Música de Madrid bajo la batuta de Nikolaj Szeps-Znaider y con la actuación del pianista ruso Denis Kozhukhin, ganador del premio Queen Elisabeth en 2010.

La London Symphony Orchestra acompañará a Kozhukhin en la interpretación del Concierto para piano y orquesta núm. 1 de Chaikovski, obra que el pianista grabó con la orquesta Rundfunk-Sinfonierorchester Berlin y Sinaisky y que fue elegida «Selección del Editor» de Gramophone y «Disco del mes» en Fono Forum y Stereophone.

El 17 de octubre será la batuta de Jaime Martín, recientemente nombrado director musical de Los Angeles Chamber Orchestra, quien dirija a la prestigiosa formación sinfónica londinense en el concierto que se abrirá con El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, y cerrará con El pájaro de fuego, de Igor Stravinski.

¿POR QUE SCHUBERT?: La irresistible fascinación ejercida por el genio vienés en los músicos y en los melómanos de hoy.

Es un hecho absolutamente constatable y profundamente llamativo desde las últimas décadas del pasado siglo XX hasta nuestro días, el auge , la preeminencia en los programas y el favor del público del que disfruta la música de Schubert.En un primer y superficial análisis podemos encontrar como causas el noble y sincero melodismo de su música, la fácil asimilación de sus obras , perfectamente estructuradas, la belleza de sus motivos musicales, la vastedad de su catálogo, el parejo nivel que alcanza tanto en la música sinfónica como en la de cámara, etc.Solo nos falta una Opera de gran calado –“Alfonso y Estrella” y “Fierabrás” son intentos operísticos bienintencionados o incluso apreciables pero que distan mucho de la categoría de un “Fidelio” o de las operas de Carl Maria von Weber, por citar tan sólo a algunos insignes contemporáneos del compositor austríaco- y alguna obra de gran formato en el género concertante,para afirmar que estamos ante un maestro absoluto, dominador consumado de todos los géneros musicales.Sin duda, Franz Schubert con su extraordinario legado, donado a la posteridad a la escandalosa edad de 31 años, casi finalizando su juventud y en una primera madurez, puede ser considerado y de hecho lo es , como una figura incontestable de la historia de la Música.Sin embargo, el hecho de haberse convertido en uno de los grandes compositores, sin extrañar a nadie -ni siquiera a los detractores de su música- no es un hecho solo justificado por la calidad y cantidad de su obra musical.En Schubert y su música hay un algo más, un “más allá”, diferente del misticismo wagneriano, del culto a Beethoven como titán de la música, del inmenso respeto a la figura de Bach, o al sobrecogimiento que produce en ocasiones la divina belleza y perfección de la música de Mozart.

Bach, Mozart, Beethoven, Wagner , parecen alcanzar la estatura de dioses que habitan y gobiernan el Parnaso musical, mientras Schubert, también un gigante –que caminó entre sus contemporáneos como un enano-aparece como un músico fieramente humano, cuya vida fue un dechado de desgracias, en el que reinaron ostentosamente la melancolía, la desolación, la desesperanza y la agonía de un “Wanderer” (caminante o vagabundo errante) que, dotado de un genio sin igual, murió miserablemente en los suburbios de Viena en una habitación llena de humedades y casi en el anonimato.

Ese músico desgraciado, Franz Schubert , el de los famosos “600 lieder”, el que compuso obras maestras que son “meta-música”, porque van mucho más allá de lo estrictamente musical, dotadas de una trascendencia cuasi mística o filosófica (me refiero a Winterreise, D911, la Sonata para piano no 21 D960, el Quinteto D956, la Sinfonía Incompleta D759, el Cuarteto La Muerte y la Doncella D810, la fantasía “Wanderer” D760, la Sinfonía D944), es hoy por hoy quien , en términos cualitativos- y casi cuantitativos-domina la programación de auditorios, salas de conciertos, festivales, casas de cultura, etc.Su música sinfónica cada vez es más programada y su música de cámara, siendo de una factura impecable, no resulta tan comprometida de interpretar técnicamente, con lo cual y al igual que se hacía a lo largo del siglo XIX ,se ejecuta habitualmente en cada hogar donde los melómanos disponen de un piano o de algún instrumento de cuerda, por no hablar de la posibilidad no solo reservada a cantantes profesionales de cantar sus maravillosos “lieder” (del corpus total hay un porcentaje muy complejo en lo técnico, si bien la mayoría están al alcance de la voz media masculina o femenina; otra cosa es alcanzar cimas interpretativas, algo reservado lógicamente a los profesionales de reconocido talento y prestigio).La extensión en la interpretación de la música de Schubert es claramente perceptible especialmente en lo que al repertorio pianístico schubertiano se refiere: las 21 sonatas y los fragmentos de Sonata cada vez son más interpretados y grabados, al igual que tradicionalmente lo fueron en el siglo XX los Impromptus, los Momentos Musicales y las Klavierstucke D946.

La música de cámara,- en especial el maravilloso Quinteto D956 y los cuartetos y los dos grandes Trios con piano , el D897 y el D929, op 100 cuyo Andante incluso se popularizó debido al cine , al formar parte de la BSO de la extraordinaria película de Stanley Kubrick “Barry Lyndon”, al igual que el “Andantino” de la Sonata D959, fragmento musical esencial en la película turca “Sueño de Invierno” ganadora de la Palma de oro del Festival de Cannes 2014, Schubert Samper- también goza del favor del público y de su constante ejecución por los intérpretes.Menudean también las grabaciones de los maravillossos ciclos de canciones, La bella Molinera, Viaje de Invierno y el Canto del Cisne, que sin estar dirigidos a ser saboreados por todos los paladares, se han convertido en la joya de la corona de las “liederabend”, en especial Winterreise D911, quizá la obra maestra de Schubert y una de las diez mejores de la Historia de la Música: el siglo XIX en lo musical sería estética e ideológicamente incomprensible sin el alucinado y desolado viaje del desgraciado héroe (artista) romántico, viaje sin sentido, teñido de melancolía, en pos de la soledad y la muerte, y al final, antesala del nihilismo más recalcitrante.Ya los grandes compositores románticos (primero Schumann, luego Liszt, Brahms, y otros como Bruckner y Mahler) se interesaron , apreciaron y glosaron la música de Schubert, edificando los cimientos de una tradición en su comprensión e interpretación que llega hasta nuestros días.

Sin embargo, persisten los enigmas en torno a Schubert, su vida y su obra :¿por qué tantas composiciones incompletas o a medio esbozar?¿realmente la sífilis que padecía condicionó su forma de componer música o se trata de un recurso fácil para explicar lo inexplicable?¿Dónde reside el genio schubertiano?.Es bien cierto que como dicen sus detractores, Schubert carece de esa obra capital, de fama mundial e intemporalidad absoluta (como la Novena de Beethoven, el Requiem de Mozart, la Pasión según San Mateo de Bach, Tristan e Isolda de Wagner, etc) pero no por ello decrece el interés por su música o por su obra.En los últimos tiempos incluso se han abierto vanos y futiles debates en torno a su presunta homosexualidad que por otra parte nada aportan a su figura ni dan explicación a lo enigmático del carácter de su obra musical ni explican el motivo por el cual el melómano actual gusta tanto de su música, la reclama o incluso la exige, y en el caso de ciertas obras (las ya mencionadas como meta-música) las consume voraz y repetitivamente en las salas de concierto, temporada tras temporada, como si de una tradición se tratase.¿Por qué?

Algunas respuestas a considerar: quizá Schubert anticipó en su propia existencia mundana la soledad, el vacío y la angustia que experimenta el hombre contemporáneo.Quizá sus sencillas y nobles melodías, tan fáciles de asimilar y tan disfrutables, quizá sus cambios tan radicales incluso violentos, de humor, atmósfera, color, sentido dramático, quizá la tensión luz/sombra, Eros-Tánatos es en Schubert más evidente.El hecho cierto y constatable es que su música llega hasta lo más fondo del alma humana y lo hizo desde el propio siglo XIX, pero sin tanta fuerza como hoy día.Sus detractores han hablado de la “divina longitud” de las sonatas schubertianas,de lo repetitivo de alguno de sus temas, de la construcción un tanto mecánica de algunos acompañamientos, pero todo ello puede tener «a sensu contario» argumentos que desmontan esas objeciones.El público melómano de Occidente y Oriente de hecho ya las ha desmontado hace tiempo: sigue cantando, sufriendo, llorando, riendo, asombrándose y acongojándose con Schubert y en especial, sorprendiéndose.

Quizá ningún otro músico ha conseguido entrar en el fondo del corazón humano con tanta sencillez y de forma tan certera.Sean cuáles sean los auténticos motivos de la justa fama del compositor austríaco en nuestros días, y de la irresistible fascinación que genera su música, solo nos resta en relación a Schubert que lamentar un hecho insoportablemente injusto: que la vida de este genio se truncara tan pronto y que, pese a componer tanto, ese tanto, por ser un tesoro tan maravilloso, nos parezca tan poco.
LUIS AGIUS

Hasta este solitario pastor en la roca llegaron los ecos de ciertas ondas sonoras de un curioso “artefacto” llamado radio que transmitía una pregunta digna del Oráculo de Delfos: ¿nos hace más inteligentes escuchar música clásica?, ¿nos hace más inteligentes escuchar música de Mozart?

Algo alicaído y melancólico por la cercanía del invierno, decliné reflexionar sobre cuestión tan delicada. Sin embargo, esas mismas ondas, cuales “cantos de sirena”, me traían las sesudas aseveraciones de una desconocida alta jerarquía universitaria de una prestigiosa e histórica Universidad de la lejana Hispania, la de Salamanca, que decía: “No. En absoluto. No está demostrado que la música de Mozart nos haga más inteligentes. Se trata de una leyenda urbana”. Entonces, mi apatía se disolvió como un azucarillo en el café. Y he aquí el resultado, queridos amigos y melómanos, ahí va mi reflexión… Sabemos por sesudos ensayos publicados hace tiempo que las vacas producen más leche en las granjas con música clásica -también de Mozart- que con otras músicas de otros estilos o en silencio. Debe de ser que se concentran mejor (perdón por el chiste malo).

Es cierto que ha habido cierto papanatismo en torno a la afirmación de que la música de Mozart hace a los niños, en particular, más inteligentes. Habría que especificar y definir correctamente este concepto. Según la experiencia de este humilde pastor schubertiano, sería más correcto afirmar que los hace más “despiertos”: están más estimulados, son más receptivos, probablemente son más sensibles a los estímulos externos (luz, color, sonidos). Indudablemente en el caso de los estudiantes de música, que interpretan Mozart y, por supuesto, en los estudiosos, concertistas, profesores y compositores, lo que es claro es que la apolínea, elegante, complejísima pero aparentemente muy sencilla música de Mozart (y, por su- puesto, emotiva) los hace más ordenados, más claros en su razonamiento y expresión. No hay nada como tocar o cantar Mozart, una música extraordinariamente depurada, para mejorar la técnica, la coordinación, la afinación, el ritmo, etc.

De igual modo, el estudio de la armonía con sus obras como ejemplo o modelo hace de esta a veces oscura u opaca ciencia musical algo luminoso… En definitiva, creo que la aseveración del catedrático fue un tanto incompleta, gratuita y quizá frívola. Sería preferible afirmar que escuchar música de Mozart no nos hace inteligentes per se, pero sí, indudablemente, nos hace mejores ¿Por qué?¿De qué forma? Este pastor schubertiano adora hasta lo más profundo de su alma la música del joven austríaco, natural, a su pesar, del provinciano Salzburgo. Alex Ross, famoso crítico y divulgador musical, nos contó en su libro Escucha esto, el sobrecogimiento que sintió después de escuchar durante varios meses seguidos toda la música de Mozart en una de las múltiples ediciones completas de la música del genio de Salzburgo (las más notables sin duda son la “Edición Philips” y la integral de Brilliant, ambas superan los 170 discos compactos).

Comparto plenamente esa afirmación: hay algo sobrecogedor e inexplicable en tanta belleza, en tanta perfección, en una música que sin duda, y pese a lo anterior, no es fría o cerebral, sino que está dotada de una emoción pura, intensa, esencial. La música de Mozart, además, es siempre oportuna, nunca cansa, siempre sorprende, pero lo hace desde un perfecto orden y una resplandeciente sobriedad. Con muy poco transmite mucho. Mozart cultivó y dominó todos los géneros musicales, puede afirmarse que es el músico más completo y dotado de la historia.

“Aquello que amo vive tan lejos de mí mismo, que alzo con todo ardor mi canto desde la roca hacia ello, tan lejano, allá bajo…”
“Der Hirt auf dem Felsen D 965”, texto de Wilhem Müller/Helmina von Chézy, música Franz Schubert

Era un virtuoso consumado del fortepiano, tocaba extraordinariamente el violín -instrumento que según testimonio de Leopold Mozart y otros músicos se pudo constatar que aprendió a tocar en una tarde-, experimentado organista, perfecto director de orquesta, magnífico cantante (según testimonios aportados en los ensayos de Idomeneo en Munich en 1781) y, finalmente, inconmensurable compositor, tan dominador de su oficio que agotó en sí mismo todas las posibilidades del Clasicismo musical.

Por tanto, si una manifestación artística tan excelsa como el legado musical mozartiano no produce ningún efecto positivo en el receptor, los problemas habría que achacarlos a los canales de transmisión (salvo que al receptor le alcanzara alguna incapacidad o careciera de la apertura emocional o la concentración necesaria). En efecto, si se desvía la interpretación de la música de Mozart de los criterios de depuración, elegancia y sencilla emotividad, cayendo en el amaneramiento, la afectación o el espectáculo (especialmente en la interpretación vocal de los gran- des roles operísticos mozartianos, verbi gratia, don Giovanni, la Condesa, Fiordigili, la Reina de la Noche, etc.) esa música de Mozart puede resultar ciertamente brillante, atractiva, fácil de escuchar o simplemente entretenida, cuando en realidad debe resultar ser un rayo lanzado al alma del oyente, cargado de sensibilidad, intención y jovial o melancólica belleza.

En definitiva, la música clásica en general, y en el caso particular de uno de los máximos exponentes de este arte supremo, el joven austríaco Johannes Chrisostomos Wolfgang Theophilus (Amadeus) Mozart, nos cultiva, nos hace más abiertos, tolerantes y serenos. Además, la paleta de colores mozartianos es absolutamente completa: hay Mozart para cualquier hora de la jornada (música para piano solo, o sinfónica para la mañana, serenatas o cuartetos para la tarde, ópera o con- ciertos para piano para la cena, música festiva como las contradanzas, minuetos, o cánones burlones para la noche, y para el amanecer, música sacra o incluso masónica), para cualquier situación de la vida cotidiana -puede acompañarnos en un evento, en una fiesta, en un funeral o en una celebración, o consolarnos-.

Es una música con un componente visual impactante (ideal para el cine y la publicidad) y música para vivir más intensamente cualquier sentimiento, para acompañarnos en el coche, en el trabajo, el estudio, o la vigilia. La música del genio de Salzburgo ha inspirado a escritores, poetas, artistas plásticos y va esculpiendo el alma del oyente. Lo hace “silenciosamente” si se me permite la paradoja: años y años de audición de las obras mozartianas, hacen, que, sin darnos cuenta, nos convirtamos en más ordenados, nos con- centremos, tengamos mejor gusto a la hora de elegir indumentaria, comida, lugares de esparcimiento, etc. Todo esto lo ha comprobado este pastor en su propia carne y la de sus congéneres, sin lugar a dudas.

Piénsenlo ustedes mismos y háganse esta pregunta: ¿si se educa el paladar, el buen gusto, la educación, la cortesía y las buenas maneras, no podrá educarse de igual modo nuestro espíritu, nuestra conciencia, nuestra personalidad, nuestro ser? No tengan duda, podemos admitir que la música de Mozart no nos hace más inteligentes, pero sí podemos afirmar que nos cultiva y nos ayuda a vivir mejor nuestra existencia en el nivel más elevado, de la manera más profunda, sencilla e intensa, pero de una forma apenas perceptible. ¿Se trata de un milagro?