Hasta este solitario pastor en la roca llegaron los ecos de ciertas ondas sonoras de un curioso “artefacto” llamado radio que transmitía una pregunta digna del Oráculo de Delfos: ¿nos hace más inteligentes escuchar música clásica?, ¿nos hace más inteligentes escuchar música de Mozart?

Algo alicaído y melancólico por la cercanía del invierno, decliné reflexionar sobre cuestión tan delicada. Sin embargo, esas mismas ondas, cuales “cantos de sirena”, me traían las sesudas aseveraciones de una desconocida alta jerarquía universitaria de una prestigiosa e histórica Universidad de la lejana Hispania, la de Salamanca, que decía: “No. En absoluto. No está demostrado que la música de Mozart nos haga más inteligentes. Se trata de una leyenda urbana”. Entonces, mi apatía se disolvió como un azucarillo en el café. Y he aquí el resultado, queridos amigos y melómanos, ahí va mi reflexión… Sabemos por sesudos ensayos publicados hace tiempo que las vacas producen más leche en las granjas con música clásica -también de Mozart- que con otras músicas de otros estilos o en silencio. Debe de ser que se concentran mejor (perdón por el chiste malo).

Es cierto que ha habido cierto papanatismo en torno a la afirmación de que la música de Mozart hace a los niños, en particular, más inteligentes. Habría que especificar y definir correctamente este concepto. Según la experiencia de este humilde pastor schubertiano, sería más correcto afirmar que los hace más “despiertos”: están más estimulados, son más receptivos, probablemente son más sensibles a los estímulos externos (luz, color, sonidos). Indudablemente en el caso de los estudiantes de música, que interpretan Mozart y, por supuesto, en los estudiosos, concertistas, profesores y compositores, lo que es claro es que la apolínea, elegante, complejísima pero aparentemente muy sencilla música de Mozart (y, por su- puesto, emotiva) los hace más ordenados, más claros en su razonamiento y expresión. No hay nada como tocar o cantar Mozart, una música extraordinariamente depurada, para mejorar la técnica, la coordinación, la afinación, el ritmo, etc.

De igual modo, el estudio de la armonía con sus obras como ejemplo o modelo hace de esta a veces oscura u opaca ciencia musical algo luminoso… En definitiva, creo que la aseveración del catedrático fue un tanto incompleta, gratuita y quizá frívola. Sería preferible afirmar que escuchar música de Mozart no nos hace inteligentes per se, pero sí, indudablemente, nos hace mejores ¿Por qué?¿De qué forma? Este pastor schubertiano adora hasta lo más profundo de su alma la música del joven austríaco, natural, a su pesar, del provinciano Salzburgo. Alex Ross, famoso crítico y divulgador musical, nos contó en su libro Escucha esto, el sobrecogimiento que sintió después de escuchar durante varios meses seguidos toda la música de Mozart en una de las múltiples ediciones completas de la música del genio de Salzburgo (las más notables sin duda son la “Edición Philips” y la integral de Brilliant, ambas superan los 170 discos compactos).

Comparto plenamente esa afirmación: hay algo sobrecogedor e inexplicable en tanta belleza, en tanta perfección, en una música que sin duda, y pese a lo anterior, no es fría o cerebral, sino que está dotada de una emoción pura, intensa, esencial. La música de Mozart, además, es siempre oportuna, nunca cansa, siempre sorprende, pero lo hace desde un perfecto orden y una resplandeciente sobriedad. Con muy poco transmite mucho. Mozart cultivó y dominó todos los géneros musicales, puede afirmarse que es el músico más completo y dotado de la historia.

“Aquello que amo vive tan lejos de mí mismo, que alzo con todo ardor mi canto desde la roca hacia ello, tan lejano, allá bajo…”
“Der Hirt auf dem Felsen D 965”, texto de Wilhem Müller/Helmina von Chézy, música Franz Schubert

Era un virtuoso consumado del fortepiano, tocaba extraordinariamente el violín -instrumento que según testimonio de Leopold Mozart y otros músicos se pudo constatar que aprendió a tocar en una tarde-, experimentado organista, perfecto director de orquesta, magnífico cantante (según testimonios aportados en los ensayos de Idomeneo en Munich en 1781) y, finalmente, inconmensurable compositor, tan dominador de su oficio que agotó en sí mismo todas las posibilidades del Clasicismo musical.

Por tanto, si una manifestación artística tan excelsa como el legado musical mozartiano no produce ningún efecto positivo en el receptor, los problemas habría que achacarlos a los canales de transmisión (salvo que al receptor le alcanzara alguna incapacidad o careciera de la apertura emocional o la concentración necesaria). En efecto, si se desvía la interpretación de la música de Mozart de los criterios de depuración, elegancia y sencilla emotividad, cayendo en el amaneramiento, la afectación o el espectáculo (especialmente en la interpretación vocal de los gran- des roles operísticos mozartianos, verbi gratia, don Giovanni, la Condesa, Fiordigili, la Reina de la Noche, etc.) esa música de Mozart puede resultar ciertamente brillante, atractiva, fácil de escuchar o simplemente entretenida, cuando en realidad debe resultar ser un rayo lanzado al alma del oyente, cargado de sensibilidad, intención y jovial o melancólica belleza.

En definitiva, la música clásica en general, y en el caso particular de uno de los máximos exponentes de este arte supremo, el joven austríaco Johannes Chrisostomos Wolfgang Theophilus (Amadeus) Mozart, nos cultiva, nos hace más abiertos, tolerantes y serenos. Además, la paleta de colores mozartianos es absolutamente completa: hay Mozart para cualquier hora de la jornada (música para piano solo, o sinfónica para la mañana, serenatas o cuartetos para la tarde, ópera o con- ciertos para piano para la cena, música festiva como las contradanzas, minuetos, o cánones burlones para la noche, y para el amanecer, música sacra o incluso masónica), para cualquier situación de la vida cotidiana -puede acompañarnos en un evento, en una fiesta, en un funeral o en una celebración, o consolarnos-.

Es una música con un componente visual impactante (ideal para el cine y la publicidad) y música para vivir más intensamente cualquier sentimiento, para acompañarnos en el coche, en el trabajo, el estudio, o la vigilia. La música del genio de Salzburgo ha inspirado a escritores, poetas, artistas plásticos y va esculpiendo el alma del oyente. Lo hace “silenciosamente” si se me permite la paradoja: años y años de audición de las obras mozartianas, hacen, que, sin darnos cuenta, nos convirtamos en más ordenados, nos con- centremos, tengamos mejor gusto a la hora de elegir indumentaria, comida, lugares de esparcimiento, etc. Todo esto lo ha comprobado este pastor en su propia carne y la de sus congéneres, sin lugar a dudas.

Piénsenlo ustedes mismos y háganse esta pregunta: ¿si se educa el paladar, el buen gusto, la educación, la cortesía y las buenas maneras, no podrá educarse de igual modo nuestro espíritu, nuestra conciencia, nuestra personalidad, nuestro ser? No tengan duda, podemos admitir que la música de Mozart no nos hace más inteligentes, pero sí podemos afirmar que nos cultiva y nos ayuda a vivir mejor nuestra existencia en el nivel más elevado, de la manera más profunda, sencilla e intensa, pero de una forma apenas perceptible. ¿Se trata de un milagro?