Vesania

Kris Van Steenberge

Acantilado. Barcelona (2019), 410 págs.

Traducción del neerlandés de Gonzalo Fernández Gómez

(t. o.: Woesten)

ISBN: 978-84-17346-93-5

Kris Van Steenberge nace en Lier (Bélgica), en 1963, con esta obra, ha obtenido, en 2014, el premio Bronzen Uil a la mejor primera novela en neerlandés. Además de escritor, es profesor y director teatral. El título original, Woesten, corresponde al nombre de la aldea flamenca en la que transcurre casi toda la trama, entre finales del siglo XIX y el término de la Gran Guerra, inspirada en parte en las historias que su abuelo le contaba cuando Kris era niño, como explica en el epílogo.

El diccionario de la Real Academia Española define Vesania como ‘demencia, locura, furia’, término que resume bien lo que el lector se va a encontrar. El tema es la historia de Elisabeth, hija del herrero del pueblo, de Guillaume, su marido, médico, hijo único de una adinerada familia de Bruselas, y de sus hijos mellizos: Valentijn, un pequeño Adonis, que encandila a todo el mundo por su belleza, y el Innominado, que nace con una grave malformación que lo aísla de los demás y produce rechazo.

En Alas, la primera parte, la protagonista es la madre; en Astillas, la segunda, es el padre; en Mandamientos, la tercera, es el Innominado; en la cuarta, Órdenes, Valentijn;  y, en la quinta, Dúo, son ambos hermanos. Aunque lo que sucede en Alas se vuelve a contar en las otras cuatro partes de la novela, no hay repeticiones, sino que, como en un rompecabezas, se van llenando los huecos hasta completar la trágica historia sin dejar cabos sueltos. Es decir, unos mismos hechos, pero contados desde ópticas distintas.

Hay demencia y locura, en Valentijn, obsesionado porque causó involuntariamente la muerte de su padre y por el poco afecto de su frívola madre, lo que se manifiesta en la dificultad para comunicarse con los demás y en que se refugia en el alcohol. Además, es incapaz de querer a su hijo deforme. Hay demencia y furia en el párroco pederasta –cuya víctima es el Innominado– y, además, asesino, que morirá degollado por otro vecino violento. Tanta demencia, locura y furia se incrementan al estallar la Gran Guerra, de la que serán víctimas tanto el padre como Valentijn: aquel muere en el frente y el hijo pierde ambas piernas, lo que lo convierte en un desesperado y cínico, que solo se recupera un poco con la ayuda de su hermano, con el que las relaciones pasan por fases de afecto, de ignorancia o de despecho. La locura y la furia que causa el conflicto bélico son la espoleta que mueve a todo el pueblo a acusar al inocente señor Funke, de origen alemán, de ser autor del asesinato de  Elisabeth, lo que lo lleva a suicidarse en la cárcel… 

Ante este  panorama, es lógico preguntarse si en la novela hay algún personaje que se salga de esta visión tan deletérea sobre el hombre, de ese retablo de maldad que el autor nos describe. Además del señor Funke, cuyo pasado, por otra parte, es también muy trágico, quedan la madre, la única que realmente quiere y se preocupa del Innominado, los monjes de la abadía, que lo acogen cuando queda huérfano, y el propio Innominado que, a pesar de las vejaciones de diverso tipo que padece, intenta hacer el bien y conserva casi siempre un halo de inocencia. Sin embargo, culpables o inocentes, todos son víctimas de la barbarie que se nos narra.

La calidad literaria de la novela es notable y se comprende que haya sido premiada, porque la historia está hábilmente contada a través de las voces de los cuatro protagonistas, aunque el relato es siempre en tercera persona. Como lector, el desasosiego que deja el texto al terminarlo, así como el enfoque tan negativo sobre el hombre y  su existencia que nos ofrece, resumido en unas breves reflexiones de Valentijn, plantean algunas cuestiones: si la vida humana es fruto del azar o de un determinismo paradójicamente casual, ¿dónde están la libertad y la responsabilidad?, ¿cómo hablar del bien y del mal en este panorama tan nihilista?, ¿cómo se podrá distinguir entre culpables e inocentes si no hay sentido alguno…? Quizá vaya siendo hora de preguntarnos de nuevo por las cuestiones esenciales en vez de huir de preguntas incómodas y quedarnos presos en un callejón sin salida. 

Luis Ramoneda