El infinito en un junco Irene Vallejo

El infinito en un junco

Irene Vallejo

Ed. Siruela. Madrid (2019), 449 págs.

ISBN: 978-84-17860-79-0

En pocos meses, este libro está logrando un merecido éxito, el subtítulo resume el contenido: La invención de los libros en el mundo antiguo. Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es Doctora en Filología Clásica, con Premio Nacional Fin de Carrera. Por su ensayo sobre el poeta latino Marcial, obtuvo el Premio al Mejor Trabajo de Investigación de la Sociedad de Estudios Clásicos. Además, es novelista, también galardonada, y columnista en el Heraldo de Aragón.

Lo dicho avala la calidad de El infinito en un junco, un texto en el que el rigor científico se armoniza con la calidad de la prosa y con una estructura narrativa que atrae al lector, a pesar de la extensión del libro y de los frecuentes saltos en el tiempo. Nos ofrece muchísimos datos, abundantes descripciones de sucesos históricos, anécdotas interesantes, pero también reflexiones sobre el apasionante mundo de los libros y su influencia a lo largo de unos cinco mil años, porque, como afirma la autora, En diferentes épocas, hemos ensayado libros de humo, de piedra, de tierra, de hojas, de juncos, de seda, de piel, de harapos, de árboles y, ahora, de luz –los ordenadores y e-books–. Han variado en el tiempo los gestos de abrir y cerrar los libros, o de viajar por el texto. Han cambiado sus formas, su rugosidad o su lisura, su laberíntico interior, su manera de crujir y susurrar, su duración, los animales que los devoran y la experiencia de leerlo en voz alta o baja. Han tenido muchas formas, pero lo incontestable es el éxito apabullante del hallazgo.

El libro se divide en dos partes: Grecia imagina el futuro y Los caminos de Roma. El punto de partida es la fundación de la Biblioteca de Alejandría, por Ptolomeo I –general de Alejandro Magno que, a la muerte de este, ocupa el trono de Egipto–, y la expansión del helenismo. Como antecedentes, nos habla de los orígenes del papiro, de las colecciones de tablitas del rey asirio Asurbanipal (s. VII a. J.C.) –monarca que se preciaba de que sabía leer–, de los primeros bibliotecarios… Un cambio importante, se produce en el s. II a. J.C., cuando, ante el encarecimiento del papiro, que Egipto monopoliza, en Pérgamo (en la actual Turquía), durante el reinado del rey helenístico Eumenes II, se comienza a usar el cuero o pergamino, más resistente que el papiro, que es frágil y difícil de proteger.

Estos datos, se completan con interesante información sobre el paso de la oralidad a la escritura, hacia el siglo VIII a. J.C., en un lento proceso en el que el alfabeto fenicio, al conseguir dibujar los sonidos consonánticos (hacia 1250 a. J.C.), se irá imponiendo, lo que supuso un gran avance. En Atenas, a partir del siglo IV a. J.C., el hábito de leer ya no era algo extraño y en esa época surgen los primeros libreros ambulantes.  

Nos habla de la comedia y los peligros de la risa, cuando se topa con el poder, de los primeros libros de texto, de los grandes oradores griegos, pero también de la destrucción de libros en diversos momentos históricos, de los libros dañinos, de las primeras escritoras de las que se tienen noticias… Lógicamente hace especial hincapié en las tres fases de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría.

Roma imitará a Grecia, a la que consideraba culturalmente superior. De hecho, hubo bastantes esclavos de origen griego, cultos, al servicio de los grandes patricios, como lectores, traductores, copistas. El libro actual tiene unos dos mil años, no se sabe quién inventó los pliegos cosidos y encuadernados o códices, que supusieron otro gran avance frente a los rollos de papiro, por la manejabilidad y el abaratamiento de los precios, lo que permitió también una mayor difusión. En Roma, hubo bibliotecas muy lujosas como la de Trajano, pero, a partir del siglo II de nuestra era, se integran en los baños públicos, con lo que el libro se hace más popular, hasta el punto de que, en el año 350, se catalogan veintinueve bibliotecas en la Ciudad Eterna. Los datos de otras urbes del imperio son menos precisos, pero las hubo sin duda.

Curiosamente los títulos de los textos no tienen excesiva importancia hasta el siglo XIX, pero los catálogos de libros, los cánones literarios, los plagios, etc., vienen de lejos, no hay nada nuevo bajo el sol. En el siglo V, se produce la decadencia con las invasiones bárbaras, pero los libros sobrevivirán, gracias a la labor de los monasterios, al uso del papel y, sobre todo, con la invención de la imprenta, pero estas son otras historias no tratadas más que fragmentariamente en el libro de Irene Vallejo.El infinito en un junco es historia, relato, ensayo e incluso texto de memorias, pues a menudo la autora –con prosa que da gusto leer– intercala sucesos de su vida relacionados con los libros, una pasión que nació con las historias que le leía o contaba su madre.

Luis Ramoneda