Paseo a la orilla del mar

La Pintura, que fundamenta su esencia en la luz y la Música, que basa su esencia en el sonido, parecen ser dos disciplinas artísticas distantes y contrarias. Aún más, la Pintura, a lo largo de muchos siglos de su Historia, es “concreta” (naturalezas muertas, paisajes, retratos…) y la Música, por el contrario, es abstracción pura y poderosa (y en el siglo XX se torna “concreta”, como la pintura se hace “abstracta”) Sin embargo, podemos sostener sin duda la estrecha vinculación de Pintura y Música, a través de épocas, estilos y Maestros tanto de uno y otro arte, y lo haremos en algunos casos desde estas páginas, refiriéndonos al conocido fenómeno de la sinestesia, entendida libremente como percepción sensorial. Desarrollemos a continuación un singular ejemplo gracias a dos grandes artistas españoles: Sorolla y Granados.

Así, contemplar un cuadro de Joaquín Sorolla puede provocarnos la “audición” espontánea de la música de Enrique Granados (o recordarnos mentalmente su “sonoridad”). De igual modo, escuchar una pieza musical de Grana- dos puede evocarnos la luminosidad de un cuadro de Sorolla (o en algunos casos provocar una “imagen” mental de un cuadro concreto). Una misma época, una atmósfera similar, una esté- tica paralela y, sobre todo, como decía Stefan Zweig, una cierta nostalgia del mundo de ayer, irremisiblemente per- dido, están presentes, además, en las obras de ambos artistas, el pintor y el músico. Así, el pincel de Sorolla sobre el lienzo puede ser el equivalente de la mano derecha de Granados sobre el teclado del piano.

Lejos del tópico, justificado y justificable de asociar a Granados con Goya, ya que Granados, pintor aficionado, estuvo sumergido en el peculiar universo estético de Goya mucho tiempo, debido a la composición de Goyescas, puede afirmarse de una manera rotunda el paralelismo o identificación entre la luz resplandeciente y la gama cromática de los cuadros de Sorolla: Paseo a la orilla del mar, Niños en la playa o Idilio en el mar, entre otros (teñida a veces de una suave melancolía), y la delicada y exquisita línea melódica y la armonía de Granados, coloreada a su vez de una cierta nostalgia en su música para piano (Danzas Españolas, Escenas románticas, Valses poéticos, Cartas íntimas, etc.). Época, estilo y sentimiento equiparan y entrelazan a estos dos gigantes de la cultura española de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que no son ajenos al sentimiento crepuscular del final de una época (el siglo XIX) y a la incertidumbre de la apertura de una nueva (el siglo XX). Tanto en la pintura del uno como en la música del otro, no se abraza, sin embargo, el academicismo, sino que se expone lo mejor del Arte del siglo XIX, es decir, el respeto por exponer de la forma más elegante, refinada y emocionante posible (sin cursilería ni sentimentalismo) la sensibilidad humana y el reflejo de toda una época.

Por otra parte, Sorolla, gran retratista y formidable paisajista y Granados, magnífico evocador de ambientes y de una exquisita expresividad en su música (fue calificado por la crítica anglosajona como el “Chopin español”), se convirtieron en artistas españoles triunfantes en Nueva York, la nueva metrópoli económica y cultural emergente (en clara competencia con París), que comienza, a principios del siglo XX, a albergar a grandes figuras europeas (como Gustav Mahler). Así, Sorolla recibió el mecenazgo de Huntington y Granados pudo estrenar su ópera Goyescas antes de morir trágicamente en el hundimiento del Sus- sex. Ambos compartieron un triunfo en vida de su apuesta artística y en esencia, representan lo mejor de su tiempo. El empuje de las vanguardias del incipiente y convulso siglo XX y el estallido de la Primera Guerra Mundial les dejaron sin continuadores estéticos de su altura y relevancia. No cabía ni mejor pintura ni mejor música en su estilo: ambos, Sorolla y Granados agotaron el “estilo romántico” si es que puede calificárselo así (ya hay rasgos impresionistas ligera- mente acusados en Sorolla y armonías
audaces en Granados).

Finalmente, podrá afirmarse que hay otros paralelismos posibles entre la refi- nada y nostálgica música de Granados y la obra pictórica de otros pintores españoles (quizá Rusiñol, más lejanamente Darío de Regoyos), pero es indudable que percibir la resplandeciente luz de un Sorolla, sus figuras, la ligera brisa del mar, el reflejo de la luz en el agua, solo tiene parangón y equivalente musical en las deliciosas piezas para piano de Granados, su verdadero alter ego musical. En ambos es palpable el declinar de una época y para nosotros queda disfrutar de lo que en este período tan vulgar que nos ha tocado vivir es un regreso a un apacible paraíso perdido, el mundo de ayer.

Luis Agius