Minúscula. Barcelona (2018), 150 págs.
Traducción de César Palma
(t.o.: La casa del 1908)
(ISBN: 978-84-948348-4-4)

Hay libros que nos atraen como esas personas discretas, calladas, que pasan inadvertidas, pero a las que se echa en falta cuando no están. Giulia Alberico, nacida en 1949 en San Vito Chietino y residente en Roma, escribió a finales de los noventa del siglo pasado esta joyita que se acaba de traducir al castellano, en un buen trabajo de César Palma. Lo primero que llama la atención es que el narrador es un edificio, construido en 1908 por Leandro, de una familia de italianos emigrados a Argentina, cuando decide volver a su lugar de origen –una pequeña ciudad costera italiana–, con Teresa, su mujer.

A través de este singular narrador, iremos conociendo los avatares de tres generaciones que ocuparán la casa, hasta que se plantean la posibilidad de venderla. De un modo sencillo, sin estridencias ni altibajos, a través de saltos en el tiempo, nos vamos adentrando en unos personajes de carne y hueso, muy normales, con sus ilusiones, alegrías, penas, incertidumbres, al hilo de los acontecimientos que van marcando sus vidas y las de los vecinos: las dos guerras mundiales, la posguerra… Se muestran también los roces y distanciamientos que comportan a veces los cambios generacionales, aunque prevalecen la capacidad para la comprensión, la ternura, el perdón… Se destaca, además, el valor de las tradiciones, de los objetos, de la propia casa, que puede resultar un tanto extraño para la sociedad nuestra en la que predominan la prisa, el cambio y el usar y tirar, pero que ofrece una perspectiva distinta y enriquecedora.

El lector coge afecto a los protagonistas –Leandro, Teresa, Aurelia y Marcella especialmente– y al inmueble en el que han vivido, porque resultan cercanos, verosímiles, personas corrientes, como la mayoría, pero no vulgares, ricas en su interioridad que, a veces, casi se esconde o disimula, pero que al final se desvela con cierto pudor. Un libro que duele un poco que se termine.

Luis Ramoneda