CARLOS AGANZO

Arde el tiempo

Ed. Renacimiento. Sevilla (2018), 170 págs.
(ISBN: 978-84-17266-26-4)

Arde el tiempo es un excelente poemario, el noveno de Carlos Aganzo (Madrid, 1963), en el que escribe sobre los grandes temas de siempre: el amor, la muerte, la belleza, el sentido de la existencia, el dolor, el bien, el mal, el paso del tiempo…, lo cual parece hoy bastante necesario, cuando nos deslumbran los avances tecnológicos y nos persigue un consumismo banal. Y lo hace apoyado en los pilares en los que se asienta lo mejor de nuestras tradiciones culturales –la mitología clásica y oriental, la herencia bíblica judeo cristiana, con ecos de tantas y tan variadas realidades filosóficas, artísticas, religiosas– y en el testimonio de la historia… Las referencias más o menos explícitas son variadas, pero no se trata de mostrar la erudición del poeta, sino de aprender de los maestros, de los sabios, de los que nos enriquecen con las ideas, con la bondad, con la belleza.

A esto hay que añadir el contacto con la naturaleza: paisajes, cambios estacionales…, en lugares y momentos diversos, lo que da pie a imágenes de impactantes y a interesantes juegos semánticos (Ya embriagados de música, // la piel de los jazmines // se abre como un cuerpo, // como copa de amor y de ternura // a los dedos del agua.), fruto de una estimable capacidad para la observación, para la reflexión y para la contemplación, de las que estamos tan necesitados, aunque a menudo privados por la cadencia voraz de la vida cotidiana. No se trata de parajes vacíos, porque, detrás de los poemas de Arde el tiempo, está el hombre, la realidad de ayer y de hoy, en el que sufre, en el que sueña, en el que ama, en el que duda, en el que recuerda, en el que espera… (Canta el mar del olvido // su canción de agua hueca // contra el tambor solemne de las rocas, // y los marinos abren temerosos // su oído a la dicción de las cavernas.).

En la distribución de los poemas, se aprecia cierto orden según los contenidos, como quien ve un objeto desde diversos ángulos y con diversas luces o enfoques, para ahondar en el intento de comprender, de abarcar frente a los límites. El ritmo de los versos es generalmente sereno, abundan los endecasílabos y el verso suelto o libre, y todo invita a una lectura reposada y reflexiva.

Luis Ramoneda